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Multiopticas Rodríguez
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viernes, 31 de agosto de 2007

Un lugar en mi recuerdo

Espero que sepan perdonarme por presentarme sin avisar, igual que me fui, cuando la dictadura se disponía a morir allá por el 74, (los avisos para los mataores malos) y atravesar el umbral de esta nueva casa de mi pueblo llamada -elpespunte.es- . Con ello, hacerles partícipe de mi sensible nostalgia, fiel compañera inseparable de muchos años que aquí les presento en este homenaje a mi barrio de la Merced. Una deuda que siempre tuve para con todos los componentes del mismo, ya que fueron partícipes de lo que hoy soy para bien o para mal.

Es verdad que mi barrio no es el que dejé cuando me alejé de la romántica ruta de Washington Irving. Ya no pululan por sus calles reatas de borricos, ni se oyen fandangos a destiempo en la taberna de ribera. Juanillo el ciego no silba pasodobles acompasados. Pablo Cascajosa no pregona las teleras ni bollos de viena en tono lírico, los tejados están más limpio y sin pelotas embarcadas, no se ven culos eróticos aljofifando sardinés, ni aguilillas asustadas por no medir la distancia en su primera volá. ¿Dónde quedó el pequeño utilitario Seat 600? conducido por una gran mujer - la señora Marquina- o, el cachete mas agradecido en un glúteo desnudo de una comadrona ejemplar (Marcelina Carrasco) ojalá la cosecha de su ejemplo haya sido bien recogida. Pepe el Gasolina, el soñador más iluso hasta el infinito con el arte de cúchares, al igual que la sonrisa pícara y sincera de sus hermanos Curro, Pepe y Manolo. En un lugar de mis recuerdos siempre estará la figura garbosa y solearera del barbero de mi barrio, José Caracolé, o la del guachi, personaje bajito, de pelo tieso, ojos vivos y, siempre con hambre, tirando del carro más triste de cuantos quedaban por Osuna, cito algunos, el de las Nieves, los del Vaquitos o el de Cuellar y su borrico enamorao, etc. La malina chiquillería alterando la complicidad de Manolito el Teta con el saco de su mundo interior. Luis de Molina, un escritor que no viene a cuento, ya que mi calle siempre fue la de Migolla, mi deuda impagable para con amigos y rincones que permanecen en la alacena de mi memoria con sabor a mantecados San Rafael y azúcar requemá. Pepe Pazos al que siempre le miraré de reojos (el sabe por qué) Pepe y Macarena el amor más ciego que nunca vi. El Hermoso, hoy agente del orden público (municipal) quién me lo iba a decir que tendría un amigo con uniforme con lo poco que me gustaban. O el cine de las cuestas, uno de los muchos que había entonces, incluido los de verano. Hoy no hay cine en mi pueblo, dicen; pues vaya. Teatro Álvarez Quintero se llamaba, adosado al edificio que dominaba las clases que, por cierto, en algo se dejaba notar, ya que al sacar la entrada te decían que al gallinero por la parte de atrás. Y, por supuesto, ¡cómo no! a todos aquellos amigos que se subieron al vagón de ninguna clase y dejaron huérfano el sentido de la amistad desapareciendo de la noche a la mañana cuando tocaba jugar a la piola.

Pero hoy mi barrio, este barrio que mira a la historia y la verdad de mi pueblo aún sigue blanco de cal y culta tranquilidad, encantador, sencillo, de adoquines y sillares, repican las campanas, se abre la puerta sin mirar y el cielo es azul todavía con tibias nubes pintadas por Quijaita. En mi barrio no se escribe la historia en volúmenes, la misma se conserva en sus rincones y plaza por donde el tiempo dejó de pasar. En la Merced la historia sigue y seguirá viva, alimentándose con la memoria de cada vez más almas cansadas y los sueños de sus gentes en la distancia.
No por estar más curtidos en abrazos y despedidas se calman los sentimientos.



Antonio Moreno