Quién no hizo en algún momento acopio y después uso de algún refrán popular de entre los cientos que recopiló el ilustre hijo de Osuna D. Francisco Rodríguez Marín y facilitar el diálogo dentro de una comunicación. En los primeros años de la década de los 70 recuerdo uno que decía: Para atrás ni para coger impulso. Este proverbio engrosó el léxico de buena parte de andaluces, entre ellos, ursaonenses que alimentaron la sangría de la emigración en la campiña.
En uno de esos encuentros casuales que nos brinda la vida, en el interior de estas tierras de acogidas conocí a uno de los responsables de avivar el citado refrán y de darle sentido a este artículo. Uno de tantos que alinearon los sentimientos en otra dirección y dejaron de nutrir la memoria, esclavo de una cultura obsoleta y poco dado a mitificar su infancia.
Tras un saludo educado me espetó con una frase muy usada: - Hace mucho tiempo que no tengo familia allí, paisano.
Con gesto de incredulidad discrepó conmigo por el concepto que tengo yo de la Osuna que me tocó vivir de sotanas, pleitas de espartos y burgueses señoritos sin señorío. No entendió que le abriera el portón de par en par y me recreara en los tiempos que no vuelven. Una vez conseguí convencerle de que con las palabras se derrota el olvido, le agité la memoria con algunos gratos recuerdos y decidió relatarme una infancia ya lejana.
La misma fue devorada por la posguerra en la parte alta de la calle Farfana a finales de los 50. Me imagino esa zona de montículos prehistóricos de carbón y cisco, donde no había aceras, adoquines ni donde confesar las injusticias.
¡Lo siento mucho! prosiguió con una retahíla ensayada, nunca vislumbré con claridad momentos felices que merecieran ser evocados de esta etapa de mi vida, debido a oscuras sombras que oscurecieron ese tiempo pasado. Recordar la Osuna de entonces me suponía dar un paso atrás y pérdida de tiempo, para mí era un triunfo consumir a tragos largos la hojas del calendario y alejar de mi memoria los turbios recuerdos que me persiguieron procedente de esa herida sangrante y oculta que Osuna tuvo durante mucho tiempo en su costado izquierdo, como entonces era este barrio de negro solano, mocos y lágrimas confundidas.
Continuó con expresiones muy negativas que me sirvieron de fuente de conocimientos de primera fila y que no es necesario narrar. Ese día aprendí que la definición de la palabra “pobre” no sólo significa carecer o estar privado de lo necesario para vivir, también se incluye la humillación, consideración del poder social y vivir al filo cada día de la dignidad personal hasta sentirse marginado.
Sin embargo, mientras se esforzaba en rememorar situaciones y derribar el muro infranqueable que él mismo construyó una vez rompió amarras, observé en él un halo de curiosidad por explicarme y saber de su origen. Pero ya era tarde, había extraviado los recuerdos, nunca debió poner fecha de caducidad a las primeras lecciones. El subconsciente se convertía en su peor enemigo y no le permitía expresar sensaciones, síntoma de que sus raíces se habían secado como rastrojo de tierra calma. Lo que le quedaba junto a los paredones era un barrio vacío de recuerdos físicos, con rastros de ancestros que hoy reposan a la sombra de cipreses en la carretera de Écija o, quizás, en fosas comunes no muy lejos del lugar. Después de oírle, entendí que negarle a este Ursaonés el derecho a la razón en su tesis particular sería carecer de cierta sensibilidad, a sabiendas de que todavía sigo cayendo en el ingenuo error de creer que el sentir del emigrante tiene para casi con todos las mismas connotaciones en el pensamiento. Hoy sigo convencido de que la historia de las personas y pueblos siempre fue la secuencia repetida de conflictos y circunstancias, pero, también de reconciliaciones, y ésta no llegó a producirse.
No es que las vivencias de mi infancia estén asociadas a colchones de plumas ni camas niqueladas ¿Quién no archiva en su interior alguna que otra sombra oscura de esos años llenos de incertidumbre y precariedad casi generalizada? ¿Qué ursaonés alejado de su noble cultura no iba a tener una mínima dosis de resentimiento escondido en el arrinconado baúl? Pero también nos visitó la bobalicona edad del pavo y nos idolatramos con momentos, situaciones o personajes fantasiosamente. Incluso, haciendo realidad ese primer beso quinceañero entre las piedras mudas de la Colegiata con Osuna a tus pies. Por esto, bien sabe este enmascarado ursaonés que, efectivamente, me llegó al alma su dolor silencioso y lento como el deshielo (a partir de entonces en mis argumentos siempre habrá excepciones como la suya) aunque tras una reflexión concluyente, reconocí que el alma no me la consiguió romper. Nunca comulgué con aquellos que hicieron del olvido su mejor compañía al cerrar las puertas del pasado y desconchar la memoria por el portazo.
Siempre creí a pies juntilla que en este árbol humano donde le crecen durante la infancia las ramas de maneras y conductas, primero fue sometido a un lógico proceso natural de maduración, alimentado por una sabia semilla como base directriz que tomó cuerpo en la raíz del útero materno.
Antonio Moreno Pérez