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Multiopticas Rodríguez
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martes, 29 de enero de 2008

Vivir para contarlo

“Un hombre sin recuerdos es un hombre perdido”
Frase atribuida a Armand Salacrou (francés 1898-1989).


Todos alguna vez nos hemos implicado gratamente en el ejercicio de retrotraernos en el tiempo. Las definiciones académicamente de la nostalgia son varias. Desde la débil y dolorosa que impide gozar y se estrella con el presente, hasta la melancólica de desamores que te hace ir y venir como olas del mar para no morir jamás, pasando por la añorada por unas vivencias que imposibilita un futuro diferente: cualquier tiempo pasado fue mejor. Yo me alejo de estas definiciones. Mi nostalgia es de agradecimiento por no perderme y poder sacar a pasear por la orilla del río - antes que el deterioro de las células neuróticas me den un regate y pierda el equilibrio- las secuencias de luces y sombras que quedaron atrapadas en el disco duro de la memoria.

Osuna nunca estuvo adornada por un río -se imaginan que belleza sería uno bordeando su enagua- ni de pantanos con aguas quietas ni balnearios para la tercera edad. Cuando apareció la piscina de Cuevas en los años 60 fue un explayo de alegría para un servidor, al comprobar que el agua cúbica en Osuna existía. Lamentablemente la alegría nunca reinó sola y el natural líquido atragantó el bombeo sanguíneo de jóvenes ilusiones que perpetuaron tempranamente un contrato con la oscura incertidumbre de la otra parte del cielo. Repasando las secuencias me detengo en el año 1968 ¡Dios, qué de años! - espero sepan perdonarme si notan algún enmaraño por estos momentos guardados- Ese año solté la latiguera y sentí realizado el afán de todo niño...dejar de serlo. Cuando mi anatomía física me intrigaba al mirarme al espejo cumplí 14 años chutando entre dos piedras en la pileta de la reina.

Apareció mi rebeldía, desconcierto y adiós a los rasgos inocentes. Bienvenidos fueron los deseos tempraneros de enamorados en un cine de verano - en la memoria del gusto conservo el sabor a besos robados entre dulces de aldeanas-. Las nalgas de Massiel excitaron también el orgullo patrio cantando 'boca abierta' la sexta nota a los europeos una vez suplantó a un osado y joven cantautor catalán -Joan Manuel Serrat- que quiso alterar el pensamiento único y colar un gol a la “insigne” dictadura para dar a conocer la lengua de Josep Plá por la vía de la música. Los rugidos de Daktari -el león bizco- dejaba por un rato las calles sin dueño y entretenía a los más niños con sus persecuciones a cazadores furtivos. Una vez enmarcado el certificado de estudios primarios apareció un tal san José labrador y me tocó el hombro. Un santo que no conocía de nada - la historia sagrada no fue una asignatura emocionante para mí-. Despues supe que era patrón de los trabajadores y que estaba emparentado con el rey David. Yo tenía más trato con un san José “bendito” de carne y hueso de mi pueblo 'santo' patrón de los inocentes que además era portador de la ilusión de todos los días. Sin chistá, sin planes trazados ni libro de instrucciones me subí al motocarro de la experiencia: ¡buenos días Sr Manuel! – Luego y para siempre sería Manolillo el de las gaseosas-. Con lógica timidez pero educado me presenté; así como, el enciclopédico Antonio Álvarez me enseñó una España grande y libre mal impresa - no todo era don Pelayo- Don Jesús de la Osa Castañeda fue un buen maestro estricto en la educación. Manolillo me enseñó muchas cosas, no todas las puse en práctica, nadie es perfecto. Conocí amigos, el tinto pasto espinosa y una pequeña fábrica de gaseosas, -sanitex que rica es-, cabos de barrios, tabernas de Osuna y ojos inyectados de alcohol en el confesionario particular. Por ende al Dios Baco, sí, el responsable de expansionar al tímido frustrado y oprimido en las clases del sabelotodo en su mejor escenario, de ausentar temporalmente de los problemas a los hombres y, si me apuran, hasta de la caída del imperio romano. Aprendí el respeto que merece el tres por cuatro solemne de una soleá desprovista de principios básicos de pupitres o la rítmica bulería que cruzara el Atlántico al compás de su compadre José, -Chato de Osuna- ¿quién dijo medianías artísticas en mi pueblo? Carmen Amaya era exigente. Manolillo no era gitano, yo tampoco, pero juro que alguna vez quisimos serlo, ¿quién no se desvivía por el genuino porte étnico con traje a cuadrito y su cante mas gitano que andaluz? -dime colegiá porqué lloras cuando canta Frasquito por soleá-.

En mis secuencias guardadas hay una cara menos amable de mi relación con Osuna, esfumada del pensamiento y de cualquier deseo de añoranza que encierre la idea de su regreso. En la carrera - calle de todos y paradójicamente bulliciosa de lo suyo- dejé de nutrir la torpeza de no sentir las cosas ingratas. Mi dormida sensibilidad despertó ante el sufrir cotidiano de paisanos singulares de ignorancia entretenida y sin más valor que el alpechín - natural líquido sobrante que nadie sabía qué hacer con él- que dejaron grabado en los sillares de este pueblo el monólogo de su vida-. Me adentré sin querer en la idiosincrasia de sociedades 'recreativas' -vicios sin fortuna grandeza de deudas- miradores en primera fila de butaca con pintorescos desplantes exclusivos, como las almas cómplices y negras como sus sotanas predicando la sordera histórica ante la súplica del necesitado barro bíblico.

Como diría Gabriel García Márquez, “vivir para contarlo”.

Antonio Moreno Pérez