Antes de su llegada a la estación término, Manuel sintió y vivió la experiencia de estar alejado de su tierra -de su Osuna-. Él residió algún tiempo en la capital de este país todavía -Madrid-, más tarde cambió la dirección, le pudo la brisa de la gomera y no quiso deteriorar su identidad, con vía libre regresó a su pueblo para recrearse con sus orígenes que tanto amaba a pesar de los zarpazos enfermizos y circunstancia que últimamente le imposibilitaron.
Las últimas estaciones de verano de su viaje las compartió en el paritorio de charlas de la plazuela de la Merced, en la taberna Raspao. Cuando la luna plateaba el lugar, el silencio daba sabor a sus palabras sólo interrumpidas por el repicar de la torre inconclusa que iluminada con luz pálida nos recordaba otros tiempos románticos iluminando las alineadas tejas. En este entrañable recinto dejó para siempre huérfana la amistad, pero grabado en sus rincones quedó su natural simpatía y sonrisa infantil.
No fue largo ni dio para más su billete de ida, pero, sí lo suficiente para que su singular huella de ursaonés figure entre los sillares de este pueblo y refugiados en la memoria de los que le apreciamos. Por motivos de principios que me reservo, no tengo la certeza de que estas líneas de recuerdos sinceros vayan a traspasar la barrera misteriosa del infinito y, desde la misma, él observe que no está solo -nunca lo estuvo- con ello, pueda disfrutar con gozo desde algún rincón celestial. En la foto que ilustra su figura posa uno de sus amigos (Paco Mejía) que como tantos otros seguimos sin encontrar las palabras adecuadas que expresen lo que él sentía por su pueblo, por su particular historia y por la que fue su plazuela amiga los últimos años…. la Merced.
Como dijo Antonio Machado: En la nómina de mis mejores amigos hablo de vivos y muertos.
Hasta siempre Manolo.
Antonio Moreno Pérez