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jueves, 15 de mayo de 2008

Feria Paradiso

Durante un pequeño paseo desde mi casa hasta el Ejido, para ver cómo iba el montaje de la feria, los recuerdos hicieron mella y en un mini túnel del tiempo viaje a cualquier día de feria de cualquier año de principio de los 50.

Salí de casa y en la puerta de la posada estaba Matías Hidalgo, esperando a algún apoderado y concertar la estancia del novillero. Juan Selva vendía unos buenos pares de botas a algún corredor de fuste. Pedro y Alfonsa asistían en sus “cinco puertas” a un trato interminable de una buena yunta de mulos y Antonio afilaba la navaja para dar un buen afeitado a algún feriante de postín. Frente, Arcadio y Manuel enseñaban monturas, cabezales y jáquimas para renovar los guadarneses.

“El escopeta” en la pared de la Zona con sus tres tiros a la peseta te daba la primera bolita de anís. Algo mejor estaban las de la tienda de Angulo que estaba afanado en la venta de entradas para los toros. Sánchez tenía la tienda de bote en bote y D. Francisco el cura se quejaba de la malajá que tenía un entierro ese día. Juan J. Rivera dispuesto a organizar la visita del Gobernador al recinto ferial.

Llegaba el momento supremo: entrar en el zaguán de Frasquito Segura y decirle a los alicantinos de apellido Picó que luego bajaría mi hermana a recoger el encargo de turrón, que por teléfono había hecho mi madre. Sólo era un truco para que me dieran un cachito para probar.

En la esquina de la calle Aguilar estaba Jeromito hablando con algún labrador de cómo el solano había tumbao la cebá de la perlita. Los hermanos Fernández, Antonio y Manuel en la puerta de la carpintería en donde un niño pedía que le hicieran un aro para no ir a la feria andando. Después de preguntarle a José Calderón ó a Antonio Fernández si habían visto a mi padre y comprobar que no estaba con Antonio y Román, era el momento para cambiar de acera, pararme en la clínica veterinaria y ver cómo herraban ó capaban algún caballo, aunque sólo pudiera quedarme en la puerta.

De pronto nuestra puerta de Alcalá: EL ARCO DE LA PASTORA, la portada natural de nuestra feria. Quizás compré un anillito de esos que estaban sobre el aserrín y vi cómo un niño llevaba una hermosa manzana de caramelo cogida con un palo. Más abajo la avaricia rompía parte del saco porque me perdía con la reolina. También lo intentaba con esos patitos que nadaban, y subía a las bambas, en especial las que daban la vuelta. La velocidad de los volaores hacía, que a veces se pudiera ver, por encima del pilar largo, el huerto del Asilo. Un paseíto con Marcial en sus cunitas ó en los caballitos que suben y bajan que siempre han tenido el gusto de amenizar sus vueltas al son de un Vals.

No dejaban viajar a los niños solos en los cacharritos considerados más peligrosos, así que posiblemente gastaría el último real comprando un polo de menta de esos que al chuparlos fuertemente por la punta se quedaban totalmente blancos. Alguna vuelta por los alrededores del “Circo Americano”con algún intento de asomarme por zonas más escabrosas. Legaba la hora límite: las 10. Subía corriendo las escaleras para dejarme atrás “El Capricho”, en donde un niño decía a su madre que quería una gaseosa URSO. Reclamos por todos lados, tómbolas y chamarileros, pero no podía llegar tarde. Aún así un último minuto para ver la orquesta del casino: Melodías del Genil. Ahora había que apretar la carrera y llegar justo a tiempo. Empezaba la noche…los niños dormíamos.

Sé que había “otros niños con otra feria”, la de tener necesidades de pura supervivencia: ropa, colegios, vivienda digna, trabajo para sus padres. Convendrán conmigo los posibles lectores que los niños somos los únicos autorizado a contar la feria según nos vaya. Eso es lo que he hecho. Como adulto lo dejo para otra ocasión y los que me conocen saben que no rehuyo el tema.

Para ilustrar mis recuerdos aporto una fotografía en donde aparece la abuela con parte de sus nietos .La foto creo que refleja el ambiente de la época. Jardines, alumbrado y poyetes. Ella es Carmen Pradas (madre de mi suegro). Los de la generación de D. Jaime Andreu la recordarán por regentar en labores domésticas, aquel internado. Las niñas son Mª Carmen (mi mujer) y su prima Manoli. Los niños son mis cuñados Pepe y Félix.

La foto pretende, por mi parte, homenajear a los abuelos/as. Ellos son la mejor herramienta que conozco para conciliar el trabajo con la vida familiar, ahora y siempre. A ellos/as, quiero dedicarle esta feria y decir que cualquier gesto de tacañería con ellos/as, no es de buen nacido. Buena feria.

Manuel García Aguilar